Entre el estigma y la experimentación

Libros
En Pantalla partida. 70 años de política y televisión en Canal 7, Natalí Schejtman construye un relato entretenido y riguroso en el que analiza la trayectoria del canal con una mirada crítica y equilibrada.


por Daniela Kozak

El 17 de octubre de 1951, con el registro de uno de los discursos más famosos de Eva Perón en un acto multitudinario en Plaza de Mayo, tuvo lugar la primera transmisión televisiva argentina. La iniciativa había surgido del empresario Jaime Yankelevich, que logró entusiasmar a Evita con el proyecto. Desde entonces, el canal público estuvo marcado por su doble naturaleza política y mediática. Esa es la historia que cuenta la periodista y magíster en Gobernanza de Medios y Telecomunicaciones, Natalí Schejtman, en el libro Pantalla partida. 70 años de política y televisión en Canal 7. A partir de la revisión de archivos documentales y audiovisuales, bibliografía específica y más de 150 entrevistas, Schejtman construye un relato entretenido y bien documentado en el que analiza la trayectoria del canal con una mirada crítica y a la vez equilibrada. Un libro que puede leerse, también, como una historia del Estado argentino.

En siete décadas, el canal cambió de sede, de nombre, de logo y, por supuesto, de autoridades, que se renovaron con una frecuencia insólita. Pero entre volantazos y refundaciones, Schejtman también observa algunas continuidades. La principal es que el canal, cuyas autoridades y presupuesto son definidos por los gobiernos de turno, siempre fue oficialista: “Siempre fue la voz del gobierno. Esto no quiere decir que los gobiernos siempre hayan querido hacer lo mismo con el canal. A veces les importaba que su voz diera la apariencia de pluralismo, otras no. Pero el canal siempre tiene una forma de proceder que lo hace funcional al gobierno”, señala la autora en diálogo con La Agenda.

La dependencia política es el aspecto más persistente en su historia, pero no es el único. Desde la vuelta de la democracia, hubo también una idea sostenida de que el canal debía tener un lugar para la cultura. “Hay una aceptación de que tiene que haber contenidos culturales y de interés público. En distintos momentos, funcionó como un laboratorio de producción y experimentación y es la función que a mí más me interesa de los canales estatales”, señala Schejtman, y enumera programas de distintas épocas como Semanario insólito o La noticia rebelde; los de la era Sofovich como Caloi en su tinta, La bonita página y El otro lado, y ficciones como Los siete locos y El marginal. “La idea de una producción cultural –agrega– había aparecido ya en los 50 y en los 60, impulsada por gente que venía del cine y del teatro independiente, pero en la última dictadura se priorizó una propuesta vinculada al entretenimiento”.

Uno de los capítulos más llamativos es el que se refiere a ese período, en el que hubo un proyecto muy comercial en términos de impacto y de audiencia. La autora distingue dos etapas: desde 1976 hasta fines de 1978, cuando el canal todavía funcionaba en el edificio Alas y estaba muy desactualizado a nivel técnico, y otra a partir de 1979. “El mundial del 78 significó una inversión gigante en equipos y en el edificio, que se creó para ser el centro de producción audiovisual A78TV. Cuando terminó, decidieron que todo eso fuera Canal 7”, cuenta Schejtman. En ese momento nació Argentina Televisora Color (ATC), que a pesar de su nombre durante el primer año emitió en blanco y negro. En 1979, Carlos Montero quedó a cargo y llevó adelante una propuesta muy competitiva que incluía figuras como Mirtha Legrand y Andrea del Boca y programas como Los hijos de López o Rosa de lejos. “Era una televisión más pasatista que política, pero había una censura estructural y, cuando lo necesitaban, los militares la utilizaban explícitamente para sus fines, como se ve en el noticiero 60 minutos, en la serie de entrevistas –escalofriantes– de José Gómez Fuentes a Ramón Camps, o en el tono triunfalista durante la guerra de Malvinas”, señala.

Las 24 horas de las Malvinas es uno de los programas más famosos en la historia del canal y un episodio que quedó grabado de manera traumática en la memoria colectiva. El especial convocó a figuras del espectáculo y a toda la sociedad a colaborar con donaciones para los soldados. Pero al éxito del programa le siguió la desilusión con los medios en general y con ATC y Gómez Fuentes en particular. “La gente se sintió estafada, no solamente por la cobertura triunfalista, sino también por las donaciones de destino incierto”, cuenta Schejtman. Esa transmisión dialoga con otra que ocurrió apenas cinco años después: la cobertura de 96 horas durante el levantamiento militar en la Semana Santa de 1987. “Los conductores –agrega– tenían el fantasma del especial por Malvinas. En ambos había una idea de que la televisión sirviera para movilizar y la gente respondía”. Sin embargo, en el levantamiento del 87 la transmisión cumplió un rol muy distinto, ya que hasta los dirigentes políticos se enteraban de lo que pasaba en Campo de Mayo por ATC: “Ahí el triángulo entre la dirigencia, el canal y la sociedad civil quedó más relacionado con la defensa de la democracia y con cierta épica cívica que lo convirtió en un espejo invertido de lo que fue el especial por Malvinas”.

El libro muestra cómo, con cada gestión, se instalan nuevas ideas sobre el canal y se renuevan los conflictos. Terminada la dictadura, el canal experimentó una transformación profunda y muy rápida, que respondía también a la demanda cultural de la sociedad. Durante el menemismo, fue sinónimo de frivolidad, escándalos y corrupción. “En los 90 era retratado como un lugar monstruoso y sin sentido. Sofovich y sus manzanas eran la representación del menemismo cultural”, observa Schjetman. En la Alianza, se lo asoció con la reducción presupuestaria y el despido de trabajadores, pero también con una propuesta artística renovada. Las gestiones que siguieron tampoco estuvieron exentas de polémicas. Durante los dos mandatos de Cristina Fernández de Kirchner, entre el Fútbol para todos y los programas de entretenimiento, culturales e históricos, ocupó la primera plana 678, que encarnó como ningún otro esa doble naturaleza mediática y política. “Hay una historia de programas de medios en canal 7, pero este programa, que duró siete temporadas, fue protagonista de la confrontación política de esos años”, señala Schejtman, para quien 678 habilitó desde el Estado “un discurso virulento, personalista, que contribuyó a polarizar la conversación pública. Fue el emergente de una época, pero al estar avalado desde el Estado fijó un antes y un después”.

Hoy el canal todavía carga con un estigma que, para sorpresa de la autora, existió desde los 60, apenas empezaron los medios privados y aparecieron las dudas sobre el sentido de un medio estatal. Desde entonces, el 7 quedó como un hecho maldito. Para Schejtman, el estigma está asociado a la falta de definición sobre su función, a su relación estrecha con los distintos gobiernos y a las cosas que pasaron allí: “La estigmatización no es inventada ni siempre fue ingenua. En los 90, mucha gente creía que había que privatizarlo. El canal se asocia con el gobierno de turno y también con la idea que cada época tiene sobre la función del Estado. Y en la Argentina no hay un consenso político sobre cuál debería ser ese rol”.

Publicado en La Agenda el 9 de noviembre de 2021

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